sábado, 16 de abril de 2011

Cosas que pasan

Dos paquetes de azúcar era todo lo que almacenaba la alacena. Y fuera perfecto de no ser por que soy diabético y esa azúcar es del compañero mudo que nos ayuda a pagar la mensualidad de este caro apartamento. Tuve que aprender lenguaje de señas para poder entenderlo, no me quejo la verdad, con el inglés y el español sería ya el tercer idioma que aprendo. Es buena persona, en realidad, pero parece que no termina de entender que es mucho mejor para los dos si compra menos azúcar y aprende a comer comidas para celiacos. Tengo que salir a hacer compras.

En el caro apartamento del centro de la ciudad, justo al lado del parque central, vivíamos 4 personas. Ya os mencione al mudo (y así lo llamamos todos) que además de ser mudo tenía dotes de jardinero y cultivaba desde cannabis hasta tomates en un huerto, había plantas por doquier, al igual que oxígeno, y muchas frutas frescas para el desayuno. Pues estaba también yo, mi novia, una profesora de educación especial (si, mención sordo-mudo) que le gusta compartir su tiempo libre enseñándome el lenguaje y su hobby principal: Ser bombera voluntaria del centro comunal. No está mal. Una fantasía menos en mis haberes carnales. Aunque a veces pienso que también la fantasía de los demás. Eso no viene al caso, lo interesante es lo que ahora les voy a contar, se trata del cuarto sujeto que con nosotros vino a parar y por supuesto, nos ayudaba a pagar el caro apartamento en el centro de la ciudad, al lado del parque central.

Soy periodista, y tengo la costumbre de dejar por todos lados diarios y revistas, recuerdo que ese día peculiar tuve una discusión con mi novia bombera, para variar:

- ¡Pero bueno, no te dije que trataras de dejar eso en un lugar menos visible! ¡Diarios, diarios y más diarios por todos lados! ¡Con media ceniza prendida nos vamos todos al carajo! – Me decía casi echando espuma por la boca (mala costumbre de hablar mientras se lava la boca).
- Pero bueno mi amor, tranquila, tu sabes que eso además de leerlo yo lo hojea todo el mundo – Justo en ese momento el mudo entró corriendo a la sala para agarrar una revista de política (no sabía que era su rollo) y luego irse más rápido al baño (eso explicaba todo y además defendía mi argumento).
- Hay que ver que este mudo es oportuno. Vamos a hacer algo mi amor, yo termino de escribir este cuento que estoy escribiendo y de inmediato me pongo a ordenar todo esto.
- ¡Más te vale! O dejo esta noche el uniforme de bombero en el centro comunal (sentí el golpe en la gónadas)
- No tienes que hacer eso, yo te compre uno, pero bueno, el tuyo es el original, entiendo que el que yo te dí no lo quieras usar. - Argumente.
- No es eso, es que me pica… en fin, arregla eso antes de que llegue el que nos alquila.

No entendía mucho su pasión por el orden en la sala, sus cajones parecían como si en vez de revisarlos les tirara una granada y escojiera para ponerse lo primero que atrapara, pero es normal, supongo, soy muy desastroso con las cosas que me gustan, me siento cómodo en el desorden general. Y el mudo también. El cuarto habitante era un misterio, para mi novia, para el mudo y para mí; así que no sabría decirles si les gustaba el desorden de mis revista, dormía más de día que de noche, de noche salía y llegaba cuando todos dormian, pero cocinaba muy bien, conseguía buenos quesos y cigarros y jugaba a ser un hipnotizador: Más era lo que te miraba que lo te hablaba. Un día fuimos con el mudo y mi bombera a buscar unas flores para hacer clones y hacerlas crecer en su jardín interno, al parque, ese de plantas por doquier también, como el apartamento, y este cuarto hombre se vino con nosotros, fue interesante, nunca hablo, pero tuvo un duelo de miradas con un labrador dorado que lo miraba fijamente. A él. Estuvieron así un rato. Yo no sabía que hacer. Mi novia ya no encontraba la forma de burlarse de el. El dueño del perro estaba asustado y algo cohibido. Yo le decía que no se preocupara, que el cuarto decía mucho con la mirada, mientras le daba un cigarro de los que el cuarto tipo me daba.

Pero ese día lejos de acomodar nada, apenas el mudo salio del baño, un par de señas hizo que nos pusiéramos mejores ropas y saliéramos a tomar unos tragos. Ya borrachos, como 20 minutos más tarde (ser diabético no ayuda y el mudo es de codo fácil), sentimos el alboroto y la sensación de cómo media cuadra de gente se aglomeraba en el frente del edificio que daba al parque central. El mudo y yo nos miramos sin intercambiar palabras y echamos a correr y dejamos la cuenta olvidada (ese es otro cuento). Al llegar a la entrada de nuestro edificio, de nuestro caro apartamento al lado del parque con plantas por todos lados, vi por primera vez a mi novia en acción sujetando la manguera mas grande que la haya visto sujetar apuntando un potente chorro de agua directo a nuestro hogar.

Las llamas consumían desde el cuarto hasta la sala de estar, del piso 7mo, 8vo y 9no del edificio del centro de la ciudad. El mudo desesperado no sabía que gritar, incluso me golpeaba para que ver si alguien le prestaba atención pero yo estaba embelesado viendo a mi novia en acción mientras la caradura me gritaba, agitada y toda mojada, que donde coño estaba yo.

El incendio se controlo. Vinieron ambulancias, patrullas, defensa civil, más bomberos y hasta la televisión. Sacaron en camilla y con respiración a ese cuarto hombre que con nosotros vivió. Pasando cerca de mi, mi mano sujeto, se quito la mascarilla y su secreto me contó:

- Intentar incendiarse es lo de menos, cuando estando vivo ya sientes el calor de mil infiernos. Es culpa de ese maldito perro. Que me dijo que en la vida los demás son lo primero… me sentí muy egoísta y decidí prenderme fuego. Adiós amigo, que esto sea un hasta luego.

Y hasta el día de hoy, no hemos podido conseguir un apartamento tan bueno como ese. Con esa vista tan buena y ubicado cerca del parque y sus fuentes. Ahora vivimos en los suburbios, mi bombera, yo y el fiel mudo, tratando de encontrar a otro que ayude a pagar el loft/estudio. Hasta la noche de hoy me sigue pareciendo egoísta la decisión del cuarto tipo que nos ayudaba a pagar la renta, y casi no usaba su cuarto, de suicidarse y quemar todo. Quizá la conversación con ese labrador dorado fue mas profunda de lo que cualquier mente espera. El cuarto no pudo llegar al hospital, murió en manos de los paramédicos en faena y suicidio dijo el forense (que otra cosa si no).

Yo solo espero que no este en el infierno purgando su condena y que ese extraño labrador dorado le haya perdonado sus penas porque su despedida fue un hasta luego y yo todavía morir no quiero. Y que mi novia no se entere que todos esos diarios y papeles, combinados con el cuarto tipo y la lumbre de su encendedor Zippo, hayan incendiado nuestro apartamento y casi todo el edificio.

martes, 21 de diciembre de 2010

Zaratustra

Estaba cada vez mas apartado, más solo, no lograba comprender como o porque se sentía mucho mejor solo, alejado de la gente, del ruido, de las tonalidades de grises, los autos negroamarelos que abundaban en todas las calles de la ciudad, incluso en esas tan angostas en la que solo hay espacio para ir hacia adelante, solamente. Tenía años en su retiro. Que ganas tenía de ir hacía adelante, solamente. Pero sabía que el ambiente tosco de una ciudad que quiere crecer pero se estanca lo rodeaba, y las consecuencias de algunas propias hacías no muy bien pensadas, mas bien impulsivas, pero con sincero arrepentimiento (y a veces pesar fuerte en la consciencia) le convencían, justo cuando creía lo contrario, que se seguía convenciendo de estar cada vez mas alejado. Se alejaba, se encerraba en su soledad, y la disfrutaba. La sentía suya. Soledad para que su apreciación de las cosas, de la vida, siga estando íntegra y no sea contaminada por agentes externos presentes en la ciudad. Sabía que el veía las cosas diferente. Pero no diferente. El simplemente veía otra cosa, esa otra cosa que los demás no veían; aparte, claro, de ver también las cosas que todos veían. En eso radica la importancia, y también la necesidad, de gozar, disfrutar y respetar a la soledad. A la Pura Soledad. A esos momentos que la compañera no reprocha en su silencia ni afirma con un grillo. A los momentos que mas bien le intriga al decirle que afuera tiene un mundo por descubrir y que no está dispuesto a esperar por el. El duda, desespera, no puede concebir al mundo si el mundo puro no fuera, y se asusta, pero infla el pecho, mas por orgullo de animal integral que por valentía, pero se anima a recorrer la ciudad, para empezar a salir de su soledad, regalar un poco de luz y sabiduría. Como aquel super hombre, Zaratustra, por las cuevas y bosques gérmanicos. Super hombre, q más q hombre era alma-fuego-tierra-viento-agua-y ser; un ser también puro, aunque no un super ser, es este mi compañero que se atreve a salir de su ostra de natura en medio de dura jungla y enfrentar para conocer a esta ciudad de concreto que fácilmente sus secretos ninguno lo no va a ceder. Inocente es este ser, convencido en su saber, que lo que tiene para decir muchos lo van a entender, no es dificil lo que este Ser ha de hacer si en tamaño se refiera, un grano de arena de su causa es tan grande como la hermosas ballenas azules barbudas del sur del continente americano, que cada vez son menos, si no es por caza es por falta de su ambiente, ese ambiente que destruyen muchos hombres incoherentes. Y ese Ser no pudo entender como el mar desechos bien supo acojer, quiza sin desearlo, le impusieron ese cambió y el mar cambió con el. Dejo de ser un mar para ser del hombre un pozo. ¿Por que sacrificaría el bello mar sus aguas? Se preguntaba el Ser, no podia concebir que el hombre a la natura no le fuera fiel. Mientras mas avanzaba en la ciudad, en su espiritu elevado, el Ser noto los cambios en las reacciones del ser humano. ¿Cuanto tiempo estuve lejos, rodeado de animales y bosta? ¿Esos bellos robles, mis ombúes curvos, mis sauces llorones? De las ideas, de la pureza de lo que me rodea. Cuando en la ciudad es que se cuece con candela y se atiza a la avaricia, al prejuicio y a la condena. ¿Hombre deseando lo ajeno cuando en la tierra encuentra pampas cubiertas de prado, vacas y avena? El ser no entiende. ¿Que pasa con la vida? Entre aturdido y mareado ordena mas sus sentimientos que sus ideas: creía que sería una lucha medida y no tan dispareja. En la ciudad se cocinan los caldos sin olla y puro la candela. ¿Cuando en su soledad, en su natura ancestral, tuvo el Ser que maldecir por tiempo no tener o por pronto acabar, o preocuparse por que el águila le comió un manjar? Sabía el Ser que lo que se apremia es por que antes un esfuerzo fue, más facilismo y oportunismo en la ciudad es fácil ver. Después del asombro y de recomponerse de la horrible primera sensación que le dio la compañia, el Ser se dispone a seguir trazando su huella para descubrir si en las estrellas duermen sirenas como le dijo el buho un día. Hermosas sirenitas, picaras y con carisma, que duermen en los brazos de la estrella que las cobija. Pero la ciudad se rie de el, Ser no puede entender. Le dicen que esas estrellas puro gas y fuego han de ser. No lo puede creer. Para el Ser serán la cuna de las sirenas de la imaginación de su placer. Es que el Ser ya no sabía que lo aprendido algún día sino va con la mayoría te reniegan enseguida y así la soledad, eterna y servil compañía, le recuerda que es lo que sabe lo que lo va a salvar un día. Ser sería un loco a los ojos de la rutina pero sus retinas siempre miran hacía adelante y hacía arriba, como queriendo gritarle cosas a las palomas y golondrinas: Vuelen alto y nunca vuelvan, quédense en la natura pérdida, que hacer del mármol de las columnas, el árbol ramas y madera, el nido nunca calienta pues el mármol siempre enfría. Y es un loco, en teoría, Ser que deambula por la acera, en harapos, la boca abierta, a pesar de sus venías, sus odiseas comparables con las más viejas y bellas ruinas: Cimientos siempre fuertes para no soportar del tiempo la travesía. Es un loco por que no acepta de la natura la lejanía y la travesía en la ciudad, en la que lleva toda su vida, solo le hace desear más alejarse de las avenidas. De la gente. No entiende como todos siendo iguales, son tan diferentes. Iguales entre sí. Diferentes para con ellos. Ser encuentra a la igualdad perdida entre de libertades manifiestos. A la igualdad sometida al sentimiento personal. Al egoísmo que produce el vivir para trabajar. La libertad. El Ser sintetiza en que solo él es libre, nadie más. Y como poco se equivoca, Ser que nadie contradice, para el Ser la libertad se esgrime al ser como es y no al ser la suma de participes. Libertades de albedríos solo para él existen, que es diferente, mientras los otros son iguales pero se visten bien, se visten diferente a él. Se visten aparentando sus libertades a granel. Libertades encerradas en caminos y rutinas ¿Donde perdió la ciudad la libertad que tanto exhibía? Para el Ser la ciudad es un aparato de herejías: ser la máquina que doblega al hombre día tras día y lo premia por su esencía. Maquina devoradoras de almas, es la ciudad para el Ser con certeza.

Ser, ya abrumado por el saber que sabía y el saber que está por obtener, se encontró en un gran dilema que quizá respuesta ha de tener... pero para él, ya nada es igual. Son perspectivas, todas crudas, que da la "sociudad" o sociedad o suciedad o la ciudad. Las libertades encerradas en un pueblo que se cree diferente siendo todo igual. Se sienta. Se pone a pensar. Considera que la moneda incluso de dos caras necesita muchas mas. Tantas caras se cruzan, tanta caretas se han de usar. El Ser duda por momentos a quien sabiduría dar. Por momentos no los duda. Ya la duda no está más: No merece más que nadie, nadie más saber demás, todos merecen lo que saben y no quieren saber más. Ser se siente desposeído por que su misión ha de fallar. Más no puede hacer más nada que ser genuino y solo estar. Por mucho que insista de loco lo van a tildar. Loca locura que aun no es, el Ser cada vez se desvela menos, ya entendió aunque lo duda, como no hacerlo, porque se envidia lo ajeno y porque, estando sereno, cada vez es que piensa menos y pide más para comer. Ser superior, sabio puro e innato, que al bajar a la ciudad se siente con pies de barro. Ser que habita y que no estorba, más su presencia alborota pues esboza de la sociedad sus partes más grotescas y graciosas. Nadie le pregunta nada, nadie quiere saber quien es, o que hace, de donde viene o por que viste harapos. Se intriga, su propia mente pura, ya algo contaminada con la certeza de las dudas, empieza a cuestionarle toda su sabiduría y poner a flor de piel las amarguras. De intriga pasa a más duda, de duda pasa a ansiedad. El ser siente cosas que piensa lo van a matar. Esta triste, deprimido, abrumado, tambien se siente esclavo de los conocimientos pasados, pero seguro de lo que sabe y de lo que en la ciudad ha logrado, el ser no baja la cabeza, ahora más bien se siente elevado, acaba de recordar a sobrevivir en tiempos pasados, que cualquier tiempo moderno ese contrato es más fácil intentarlo y ya natura forma parte de un mundo salvaje más osado. El ser también sabía que para ser grande no hay que llegar anciano, hay que curtirse de experiencias absorbiendo lo bueno y desechando lo malo. El ser crece cada día en la ciudad, así parezca que lo asesinan a cada paso que da. Ya poco piensa en natura, necesita encontrar un trabajo: El ser, aunque no se rinde, entiende que ha caído bajo.

El Ser, decaído y censurado, decidió volverlo a intentar, decidió con su natura de nuevo la ciudad compara: Para tener una concepción pura de la vida, quedate en la naturaleza, crece integral y en armonía con natura que ella con premura cuidara de tus locuras y purificara tus pensamientos y las acciones mas sencillas o duras. Natura no juzga, natura juega a solucionar. Juega a hacerte difícil ese camino al arrabal, juega a poner obstáculos para que aprendamos a pensar antes de escoger hacia donde cruzar... anda a la ciudad si quieres tener algo falso. algo inventado, algo irreal, un mundo gris lleno de entes repetitivos y vacíos. Un mundo limitado por las libertades del castigo. Un mundo construido para condicionar designios. Un mundo ya inventado lleno de afán y hastíos donde se destruye al Ser y se construyen Humanos absortos con objetivos pre establecidos. El hombre social no es un animal: es un mal invento aceptado dentro de su mismo ser natural.

jueves, 28 de octubre de 2010

Basura

Un hombre y una mujer se encuentran por enésima vez en el palier del edificio, cada uno con so bolsa de residuos.

- Buen día.

- Buen día.

- Usted es del 610.

- Y usted del 612.

- Ajá.

- Disculpe mi indiscreción, pero he visto sus bolsas de residuos...

- ¿Mis qué?

- Sus residuos.

- Ah.

- Noté que nunca es mucho. Su familia debe ser chica...

- La verdad, soy solo yo.

- Hmmmm. Vi también que usa mucha comida en lata.

- Es tengo que hacerme la comida. Y como no sé cocinar...

- Entiendo.

- Usted también.

- Tratáme de tu.

-Tu también, perdona mi indiscreción, pero vi algunos restos de comida en tus bolsas. Champiñones, cosas por el estilo....

- Es que me gusta cocinar. Hacer diferentes platos. Pero como vivo sola, a veces sobra...

- ¿Usted... tu no tienes familia?

- Tengo, pero no aquí.

- En Madrid.

- ¿Como sabes?

- Vi unos sobres en la basura. De Madrid.

- Sí. Mamá escribe todas las semanas.

- ¿Ella es maestra?

- ¡Qué increíble! ¿Como fue que adivinaste?

- Por la letra en el sobre. Me parecio letra de maestra.

- Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por sus residuos...

- Y... no.

- El otro día tenía un telegrama de una bogado.

- Sí.

- ¿Malas noticias?

- Mi padre murió.

- Lo siento mucho.

- Ya estaba viejito. Allá en el sur. Hace tiempo que no nos veíamos.

- ¿Fue por eso que volviste a fumar?

- ¿Como sabes?

- De un día para otro empezaron a aparecer en tu basura cajetillas de cigarrillos.

- Es cierto. Pero conseguí dejarlo otra vez.

- Yo nunca fumé.

- Ya sé. Pero he visto frasquitos de pastillas en tu basura.

- Tranquilizantes. Fue una etapa. Ya pasó.

- ¿Te peleaste con tu novio, no es cierto?

- ¿Eso también lo descubriste en la basura?

- Primero el ramo de flores con la tarjeta, arrojado de afuera. Después, muchos pañuelos de papel.

- Sí, lloré basatnte, pero ya pasó.

- Pero hoy todavía veo algunos pañuelitos...

- Es que estoy un poco resfriada.

- Ah.

- Muchas veces veo revistas de crucigramas en tus bolsas.

-Sí... es que... me quedo mucho en casa. No salgo mucho sabes.

- ¿Novia?

- No.

- Pero hace algunos días había una foto de una mujer en tus bolsas. Y muy bonita.

- Estuve limpiando unos cajones. Cosas viejas.

- Pero no rompiste la foto. Eso significa que, en el fondo, quieres que vuelva.

- ¡Tu sí que estás analizando mis residuos!

- No puedo negar que me parecen interesantes.

- Que gracioso. Cuando examiné tu bolsa, pense que me gustaría conocerte. Creo que fue por la poesía.

- ¡No! ¿Viste mis poemas?

- Los vi, me gustaron mucho.

- ¡Pero son malísimos!

- Si relamente creyeras que son malos, los habrías roto. Solo estaban doblados.

- Si hubiera sabido que los ibas a leer...

- No me los quede por que a fin de cuentas, estaría robando. A ver, no sé; ¿lo que alguien tira a la basura, sigue siendo de su propiedad?

- Creo que no, la basura es de domino público.

- Tienes razón. A través de la basura, lo particular se hace público. Lo que sobra de nuestras vidas privada se integra con la sobra de otros. Es comunitario. La basura es nuestra parte más social. ¿Será?

- Bueno, ya estás profundizando demasiado en el tema de la basura. Creo que...

- Ayer en tus residuos...

- ¿Qué?

- ¿Me equivoco o eran cascaras de camarones?

- Acertaste. Compré algunos camarones grandes y los pelé.

- Me encantan los camarones...

- Los pelé, pero aun no los comí. Quizá podriamos...

- ¿Cenar juntos?

- Claro.

- No quiero darte trabajo.

- No es ningun trabajo.

- Se te va a ensuciar la cocina.

- No es nada. En seguida se lmpia todo y se tira la basura.

- ¿En tu bolsa o en la mía?

domingo, 11 de julio de 2010

Fría Noche de Invierno

- ¿Te vas?

Le pregunto sorprendido buscando en su mirada quizás la respuesta que su boca no podía darme. Me miraba sin embargo con dulzura, con esos hermosos ojos verdes, a veces amarillos, y su boca me sonreía tratando de calmarme.

- Sabías de antemano que no podía quedarme.

Fue lo último que escuché decirle.

Y lo sabía. La noche anterior nos prometimos que no importara lo que sucediera esa noche, nada cambiaría nuestra relación, o el empezar de esta. Fue una extraña noche llena de alcohol, confesiones, sexo, humos, llantos y risas.

Comenzó en la barra de ese bar, dos completos desconocidos encontrados una por caprichos del universo en la concurrida barra de un bar de la ciudad. Ella, solitaria
en la barra, con un trago en la mano que ya aparentaban unos cuantos, vestida ropa de diseñador y cubierta por un perfume exquisito, su ondulado pelo marrón cubría el maquillaje arruinado por las lagrimas, que ya no quería disimular. Yo, por otra parte, tomaba lo de costumbre y no podía dejar de intrigarme esa mujer de tragos fuertes y lágrimas amargas.

Afuera, la noche fría y callada pinta un panorama triste: los arboles están desnudos a merced de la brisa y su frío, la poca gente que transita por las calles, abrigadas de pies a cabeza, solo quiere llegar rápido a un refugio para encontrar calor, las parejas caminan abrazadas, hasta los gatos estas guardados. La luna en menguantes, ayudada por las estrellas y los postes de luz de la ciudad le dan un tono amarillo pálido a las calles y solo el verde del semáforo da un matiz diferente a las solitarias esquinas.

Luego de mi tercer trago me armo de valor y de astucia; no sé si era ambas lo que necesitaba; y decidí enfrentar algunos temores, nunca fuí bueno en eso de abordar al sexo opuesto, y sacar una sonrisa de ese rostro que desde lejos ya se me antojaba hermoso.

- Hola... disculpa mi abuso y todo lo demás, pero no pude evitar notar que por más que lo intente mis ojos no se apartan de ti. Quizá sea la forma como juegas con tu pelo mientras bebes de tu copa, o tal vez la intriga que me causan esas lágrimas en ese rostro... pero estoy seguro, bella dama, que esas lagrimas pueden ser de felicidad o de tristeza, pero definitivamente sí de una gran experiencia... ¿me permite invitarle una copa mientras le ofrezco además mis oídos?

Ni siquiera se volvió a verme. Quizás fue demasiado rebuscado mi abordaje. Saco un cigarrillo. Le ofrecí fuego. Se secó las lagrimas de sus ojos. Terminó su trago y se levantó.

- Voy al tocador. Pídeme un martini doble, sin aceitunas.

Con una sonrisa y aun intrigado, pido dos de esos martinis y me dispuse a esperarla preparando mentalmente las preguntas que podía hacerle y preparándome, también, para la respuesta que podía darme.

- Bueno, ¿quieres que te cuente mi experiencia o prefieres hablar de otra cosa? - me dijo, casi encrespandome.

- Prefiero que hablemos de ti, me intrigas y te me antojas atractiva. Quiero saber que hay detrás de esa ropa de marca.

- ¡Ah! Pero eres todo un don juan. Siempre sabes que decir, ¿no?

- Mmmm, es un problema quizá mi falta de tacto.... - le dije, retándola.

Se tomo el trago de una sola vez, recojio sus cosas y se fue. No me dispuse a perseguirla, no fue una situación agradable, sin embargo, yo quede sonriendo viendo como ella se marchaba algo indignada pero sonriente, al cerrar la puerta me miro y por la comisura de la boca supo escaparsele un suspiro.

Corrí a la puerta tratando de alcanzarla.

- ¿Te volveré a ver?

- Depende que tan seguido vengas.

- ¿La próxima semana? ¿el mismo día?

- ¡Trata de no esperarme!

Mientras el taxi que tomaba ya se iba perdiendo en la larga calle.

No hice más que pensar en ella el resto de la noche y a la mañana siguiente. Ya no era tanto la intriga lo que me hacía desearla, sino esa actitud, ese cambió radical en sus volátiles sentimientos, esa esencia de mujer que se podía respirar a flor de piel.

Pasamos así varias semanas. Viéndonos en ese pequeño y oscuro bar un día o dos. Contando la historia de nuestras vidas y canalizando una atracción mutua con cada risa y cada trago.

- ¡Te deseo! - le dije una noche - ¡Y asi como es casi obvio que te deseo, también lo es que tu me deseas a mí! Deseo cada rincón de tu piel, cada recoveco de tu cuerpo, cada beso de tu boca, cada caricia de tus manos..

- ¡No digas más!

Y se levantó, tratando de salir del bar.

En esta ocasión si la perseguí.

- ¿Que te sucede? Lo siento! No pensé que..

- No no... discúlpame tu a mí... he tenido que decirte algo hace ya tiempo.

- Bueno que esperas, termina de decírmelo...

- Yo... ¡estoy casada! si, estoy casada, tengo 2 hijos y ... - siguió hablando, pero en el "estoy casada" mi mente prácticamente se apagó y mi corazón fue el que empez´a funcionar y a hablar por mí.

- No digas mas nada... shhhh... no digas más... no me importa más nada.

- ¿Pero no escuchaste lo que te acabo de decir? Si alguien conocido se llega a enterar... -

- ¡Shhhhh no digas mas! No me importa nada. Por ti yo siento cosas muy fuertes que no voy a dejar de sentir por daños a terceros.

- ¡No entiendes!

Y se soltó, logrando salir del bar y huir de mi lado. Y tenía razón, realmente no entendía. Estaba dispuesto a todo por ella y sabía que esos sentimientos eran recíprocos y podían seguir creciendo. No iba a dejar pasar esa oportunidad por extraña que fuera la situación.

Estuve volviendo al bar todas las noches durante semanas. Pero ella no aparecía. En nuestras tantas conversaciones nunca nos dimos nombres, ni teléfonos, ni correos, nada, solo nuestras personalidades y almas desenvueltas en su estado mas puro y natural.

Una noche, incluso más fría que esa noche que nos conocimos, la veo entrar al bar, esta vez acompañada de un hombre bastante mayor que ella, su esposo supuse, que ostentaba dos grandes guardaespaldas. Me ve y voltea la mirada, la veo y no puedo sacarle los ojos de encima. Se sientan en una mesa algo lejos de mi sitio en la barra, pero en el lugar perfecto para que mis ojos puedan verla sin que su esposo y sus amigos se den cuenta de mi mirada carnívora. Pasaron toda la velada discutiendo, hasta que una llamada en su celular logro hacer que se olvidara de ella para irse del bar y enfocarse en otra cosa. Ella quedo sola, llorando, tomando el mismo trago que aquella noche. Entiendo que esa pudo haber sido la situación que hizo que estuviera ahí aquel instante, aquella noche.

Me acerco a su mesa, con dos maritinis sin aceitunas, le doy una copa a ella y le me tomo la libertad de sentarme a su lado. Corro mi brazo pos su cintura, la atraigo hacia mí y sin decir ninguna palabra lentamente nos fuimos fundiendo en un largo y profundo beso.

Esa noche fue nuestra primera noche juntos. Fue nuestra única noche juntos. Nunca más la volví a ver. Comencé a frecuentar el bar mucho más seguido, a ver si la encontraba por casualidad.

Días más tarde, en ese bar, leyendo el diario mientras tomaba un café, el mozo me comenta como quien no quiere la cosa:

-¿En serio no sabia quien era esa mujer?

- La verdad a veces no sé ni quien soy yo. - Le respondo, algo confundido y prevenido por el comentario.

- Pues, era Anabel, la amante del comisario... ella.

Y me acerco una pagina del diario, de pocos dias, con la foto de Anabel y abajo una leyenda más bien ordinaria:

"Descansa en Paz"

Solo eso bastó para sentir el recuerdo de su piel aun intacto en mi dedos mientras mi mente la buscaba, como no queriendo aceptar la condena de mi soledad y la culpa de su mala suerte.

- Yo que usted, me voy lo antes posible.

Era lo único que retumbaba en mi aturdido regreso a casa.

domingo, 4 de julio de 2010

Abuela Sapiencia

Sentada bajo el frondoso árbol de mango que daba sombra a casi la mitad del amplo patio, estaba la abuela entreteniendo sus manos y sus dedos entre hilos y agujas de coser. Sonreía ligeramente, como siempre, como si una paz interior fluyera y regalara esencia sin encontrarse obstáculo alguno. El vaivén d su silla, casi al ritmo de su disco favorito de bossa nova, entretenía a Sofía, su nieta mas joven, quien sonreía al ver a su abuela meciéndose y tejiendo.

No era muy vieja Sapiencia y estaba muy bien conservada. Era una anciana curiosa, atenta, sabia y paciente. Su vida desde joven estuvo marcada por viajes y esos viajes por anécdotas y aprendizajes.

- ¿Que tejes esta vez, Abue Sapi? - le pregunta la nena, curiosa.

- ¡Ah, Sofi! Estoy tejiendo un lindo gorrito, para que cuando te lo pongas en la cabeza, cuide tus ideas para que no se escapen y además, para protegerte del frío.

- ¡Algo para mí!

- Claro, mi amor, es tu turno, ya la semana pasada le tejí a Remo una bufanda.

- ¿Y para que?

- ¡Para que su cuello pueda sostener su cabeza!

Ambas estallaron en risas. Siempre habían tenido una buena relación.

Sofía, de apenas 12 años, veía en su abuela no solo a su segunda madre, sino también a una amiga que aparte de saberlo todo y dar los mejores consejos, hacía los postres más ricos del mundo. Sofi es hija de la hija más joven de Sapiencia, quien se pasaba la mayor parte del tiempo viajando que alrededor de la familia. No conocía a su padre, aunque su abuela le contaba muchos cuentos de él y le daba la confianza suficiente para creer que estaba vivo. "Es mejor crecer con esperanza que vivir triste y decepcionada", era lo que Sapiencia siempre pensaba cuando le contaba historias, aunque no sabía si el padre de Sofi vivía o no. Sin embargo Sofia no le prestaba mucha atención a eso: su abuela era su todo.

La tarde transcurría entre risas y bossa nova, entre cuentos y preguntas, entre dimes y diretes. La brisa ya fría del atardecer hacía temblar a Sofia, que no era capaz de moverse y dejar a su abuela sola un momento, disfrutaba más de su compañía que la de niños y niñas de su edad. Y esto, si bien preocupaba un poco a Sapiencia, hacía bastante feliz a su rutina.

- Bueno, entremos. Ya se esta poniendo el sol y la noche por lo visto será fría.

- Esta bien, abuela.

- ¿Quieres un te, Sofi? Ahí me quedaron de esas galletitas que tanto te gustan.

- ¡Quiero las galletas! El te lo puedes tomar tu.

Sapiencia sonrió. Le encantaba la seguridad de Sofia para hablar y para ser ella misma. Le recordaba a sí misma, muchos años atrás.

- ¡Remo! - gritó Sofi entusiasmada.

- Hola enana - le contesta Remo con cariño - veo que te estás acabando todas esas galletas y yo no he probado ni una.

- Bueno toma, es la última - mientras le pasaba la galleta que ya había empezado a comerse.

- Hola, Sapiencia. - dijo Remo algo seco.

- Hola Remo, ¿buen día en el trabajo?

- Como todos los días, abuela.

Remo, que le llevaba 5 años a Sofia, era también nieto de Sapiencia, hijo del primer hijo de esta, quien murió en un accidente junto con la mamá de Remo hace algún tiempo. Sapiencia se encargó de sus cuidados y de darle un techo. Él se encargaba de construirse la vida que se le derrumbó junto con la muerte de sus padres. Era obstinado y algo terco, dejó los estudios para ponerse a trabajar y ayudar a Sapiencia poco tiempo después de que ella lo acogiera. Veía a Sofia como su hermana menor. La cuidaba y protegía como tal. Quería a su abuela, sin embargo, sentía un poco de recelo para con ella pues para él, había tomado la muerte de su padre (el primogénito de Sapiencia), ella que en varios momentos y con palabras certeras supo frenar su ímpetu y hormonas adolescentes como si de su madre o padre se tratara. Si no fuera por su abuela, Remo no sabía que hubiera sido de su vida y en parte por esto le estaría eternamente agradecido.

- Ven, Remo, tomate un te. Relájate un poco y piensa en otra cosa aparte de tu trabajo que se nota te está comiendo por dentro.

Remo se tensó. Es como si la abuela pudiera leer su estado.

- Me despidieron, Sapiencia. - le dice resignado.

- ¡Era hora! No se como te aguanto tanto Marcelo en su taller.

- No te pongas con tus comentarios ahora que no estoy para escuchar tonterías.

- Pero si sabes que tengo toda la razón. Además te he dicho mas de una vez que no es necesario que trabajes, que con mi pensión y la ayuda de sus tios podemos vivir bien al menos hasta que me muera.

- ¡Primero moriré yo! - exclamó Remo, soltando una carcajada después.

- ¡NADIE SE VA A MORIR! - refunfuñó Sofia - Nadie más se va a morir. ¿Estamos tan bien vivos que para que vamos a morirnos? - Sofía conocía no tanto a la muerte, más si las ausencias.

- Todos se mueren, Sofia.

- ¡No! - argumentó Sapiencia - Mueren aquellos que deciden no vivir más, ni en nuestras mentes ni en nuestros corazones. No hace falta verte para sentirte, Remo. Así como tampoco me hace falta ver a tu padre, o a tu madre, Sofí. Fueron y serán siempre mios, siempre estarán conmigo.

- Da igual. - dijo Remo.

Las palabras de Sapiencia no solo calmaron a Remo, también sacaron una sonrisa del rostro de Sofia, quien corría para sentarse en las piernas de Remo mientras este tomaba el te.

- Tu no te vas a morir, ¿verdad Remo?

- Al menos espero que no en tu recuerdo, Sofi.

Sapiencia sonrió complacida.

Sofia también y dándole un beso a Remo se fue corriendo a los brazos de su abuela.

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Cuento corto Abuela Sapiencia 1. (Serie "PazCiencia")

viernes, 2 de julio de 2010

María y Yo

Ya son cinco los años que llevo fuera de mi país y mañana por fin regreso a casa. A ese apartamento doble que solíamos llamar La Cueva y que fue cuna y a veces cárcel de nuestros sueños y pesadillas. Estaba ansioso por volver. Si bien mantenía contacto constante con él y María, estaba desesperado por contarles todo lo que había vivido y conocido. Mostrarles todas las fotos y todo lo aprendido. Hice mis maletas algo pesadas, pegué sobre-equipaje pero no podía dejar nada de lo que había conseguido para mí y para ellos. El vuelo se hizo eterno. No pude dormir. No pensé que me pondría así. Pero la ansiedad por verlos de nuevo luego de cinco años hacía volcar mi corazón. Sabía que mi ganas de volver eran más por María que por él. Ella y yo habíamos cultivado una buena relación a base de conversaciones de largas distancias y correo electrónico frecuente. Ël y yo, si bien hablábamos, no era comparable con la cantidad de comunicación que teníamos María y yo. Supongo que él lo sabía. Varias veces, incluso, bromeaba con eso.

Salgo a la zona de pasajeros y ahí estan ellos, abrazados y fundidos en un beso, no era la imagen que esperaba y no me hizo muy bien tampoco, pero me llene de valor y grite sus nombres. Se separaron, y sonriendo se apuraron a nuestro encuentro.

- ¡Hermano que bueno verte en carne y hueso!

- ¡Sí! - dice María - que bueno que hayas podido volver, él ya me tiene loca con sus cuentos y hace rato q quiero que nos tomemos un café, además, tengo una linda amga para presentarte.

- Aun no he llego y ya tengo todo planificado... ¡ni cuando llegué allá fué así!

Entre risas y cortas anécdotas, que a veces interrumpíamos mutuamente, fuimos a buscar mi equipaje y a llevarlo hasta su auto. Ya no era ese viejo auto de segunda mano. Ahora era un auto casi nuevo. Me notan sorprendido y ella me dice

- Ahora es pintor profesional - mientras se rie a tono de burla.

- Si, si, si - reclama él - he vendido un par de cuadros.

- ¡Nunca me dijiste nada! - le reproche.

- Ah era una sorpresa, María lo arruinó todo. No importa, sube, ya te contaré todo.

Subimos al auto y entre botellas de vino y olor a marihuana fuimos recorriendo el camino a casa.

La Cueva ya no es como antes. Se respira un ambiente menos contaminado y mucho mas acojedor. Sé puede notar la presencia femenina en muchos rincones, sobre todo en el olor. Y un par de cuadros pintados por él colgados en las paredes.

- Tu cuarto está listo. Lo términamos de arreglar esta mañana, ¡ese muchacho no se quería ir!

Dejo mis cosas en mi cuarto y me dirijo a la cocina. María esta preparando el café. Él esta en el baño. Me acerco lo suficiente como para poder sentir su calor y su aroma. Primera vez en cinco años que estoy tan cerca de ella. Y los sentimientos son mas fuertes incluso de lo q pude llegar a imaginarme. María siente mi presencia, y dejandose llevar por el momento, mueve su pelo para dejar al descubierto su cuello. No sé si lo habrá echo a propósito, pero el olor a frutas tropicales invadió mis sentidos y se me escapo su nombre en un susurro...

- M a r í a.

Estaba atontado con su aroma y su presencia.

- ¿Qué paso? Aún le falta al café.

- Eh si si - le respondo tratando de disimular - no hay problema, espero.

Me sonríe. Es la misma sonrisa que me dio aquel día en el aeropuerto.

Nos sentamos a la mesa e intento tener una conversación con ella, pero llega él y, dándole un beso, desvía su atención y colma mis celos. Primera vez que sentía envidia de él. Yo quería estar besando a María.

Pasaba el tiempo y mi relación con María se consolidaba. En parte por que así lo quería y en parte por que no podía evitarlo. Era como un imán para mis ojos y un impulso para mi corazón. Él parecía no darse cuenta, perdido en sus pinturas y en sus obras maestras. Las actitudes de María y las mías eran siempre las mismas, estando o no estando él cerca. Ya podía notar que ella sentía quizá lo mismo que sentía yo al estar cerca de ella. Mi amistad con él no se mermaba, a pesar de que yo sentía que el notaba mi deseo por María y yo además, a veces lo notaba algo celoso. Creo que sabía que era inevitable. Me conocía muy bien como para no saberlo. Lo conocía muy bien como para no evitar que algo sucediera. Prefería tenerlo a él como mi mejor amigo y a María muy cerca.

Un día, María cae desmayada al suelo, yo corro a buscarlo, pero no lo encuentro por ninguna parte. Decido llevar a María al hospital. Lo llamo una vez. Dos veces. Tres veces. No me contesta. Le dejo varios mensajes con la dirección de la clínica, él nunca apareció esa noche. No fue nada lo de María, solo un desmayo. Pero fue, además, el principio de lo que siempre trate de evitar desde hace ya un año.

En el camino a casa, la mañana siguiente, las miradas de María y las mías ya no se cruzaban de vez en cuando. Ahora se mantenían fijas, mirándonos mutuamente. Ya casi no hacían falta conversaciones rebuscadas que llenaran los espacios pues nuestras miradas se correspondían más que nunca y nosotros no nos negábamos a que fuera así.

- Sabes que de miradas no podemos pasar. - me dijo, para cortarme un poco el entusiasmo.

- Lo sé. Siempre lo supe. Como tu. Solo que ahora, con estas miradas, el desearte solo se me hará mas dificil. - le dije, casi demasido romantico y decepcionado.

- Es que él...

- No digas nada... dejemos que todo siga y termine como tenga que acabar.

Conforme con lo que acababa de decirle, aunque con muchas dudas, entramos a la casa para encontrarnos con él. Había preparado el desayuno. Se encargo de llena a María de atenciones y de contarnos los sucesos de la noche anterior. Logro vender otro cuadro, en una exhibición en una de las ciudades cercanas del interior.

- Tengo que volver constantemente - nos dice - hice buenos contactos y puede que termine siendo contratado para curador de un museo.

- ¿Que? ¿Tienes pensado irte y dejar la galería? - le comenta ella sorprendida.

- No, aún no, pero tengo que salir esta noche de nuevo y llevar otro cuadro que ya tengo vendido. Pensaré muy bien si aceptar o no el trabajo.

No es un momento cómodo. Yo no se que decir. Le doy un par de golpes en la espalda y fui a acostarme. Estaba muy cansado para mirar lo que seguía.

Intentaba conciliar el sueño entre sus gritos y discusiones, no era un buen momento para ella, venía del hospital, no era buen momento para él, estaba en el clímax de su carrera, no era un buen momento para mí queriéndolo a él y estando enamorado de ella. Trataba de pensar en otras cosas, en mis viajes, mis asuntos, mis problemas. Trataba de pensar en mis viajes: China, Taiwan, Japón, Nueva Zelanda, Australia. Gran parte del este. Conociendo culturas, aprendiendo de culturas, conociendo gente y cometiendo errores. Sonreía con algunos recuerdos, trataba de olvidar otros, resultó hasta que me quede dormido. Soñé con María en esa ocasión.

Me levante pensando en ella. Ya estaba oscuro. Había dormido todo el día. Necesitaba encontrarla. Hablar con ella. Saber como estaba. Él ya no estaba, lo busqué a él primero. No estaba ninguno de los dos. Lo llamo. Está en su reunión, a cuatro horas de camino. Dudo en llamarla. No sé a donde puede haber ido. Con el teléfono aún en la mano escucho la puerta, es María. Entra con comida, me mira y me regala esa sonrisa. Se nota que ha llorado. Le pregunto como esta, como se siente...

- No quiero hablar de eso, seguro escuchaste todo...

- La verdad... - me interrumpe

- Tranquilo, todo esta bien, menos mal que no escuchaste, me hubiera muerto de la vergüenza con tanto ruido que hicimos luego de la pelea.

Fue como un balde de agua fría. No esperaba tampoco menos de él. Quizá un poco más de ella.

Comimos viendo una pelicula, The Kid, con Charles Chaplin. Muertos de risa entre imagenes en blanco y negro nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando, menos seguras que antes, pero igual de intensas. Luego de comer, abre una botella de vino tinto y enciende un porro.

- Relajémonos un poco - me dice - fue un largo día para mí.

- Yo recién me vengo levantando, pero creo q será una larga noche - dándole el encendedor mientras sacaba un cigarro.

Fumamos. Bebimos. Decidimos poner otra película. Elegí una mas pasional, aun en blanco y negro: La Dolce Vita. Compartíamos el vino arropados en sábanas. Quizá en las sábanas que usaron más temprano. No me importaba, estaba con María, como nunca antes había estado.

Con suficiente alcohol en la cabeza y la película ya bastante avanzada, mis palabras empiezan a salir de mi boca casi sin querer, de manera verborragica y casi mecánica, como aprovechando la oportunidad para darme un espacio en el pecho para respirar y en la mente para pensar en otra cosa.

- María, sé que estás con él. Sé que están desde hace mucho. Y sé también que no lo miras a él como me miras a mi...

- No se que quieres decir, ¿a que mirada te refieres?

Y me mira... tratando de interrumpirme.

- ...así como me miras a mi, así como no quieres pasar de miradas por miedo a sentir algo diferente a lo que sientes por él... y te guste. A miedo de estropear años de relación por un nuevo sentimiento. Un sentimiento que no te atreves a explorar, no por miedo a él, si no a ti misma. Un miedo q yo también siento. Un miedo que compartimos. Así como estas miradas y estos roces ingenuos de nuestros cuerpos. Que se buscan. Que se desean. Por que sí, María, te deseo, tanto como quizá pueda llegar a amarte. Y estoy dispuesto a sentir y a explo... - no terminé de decir la oración cuando sus labios ya estaban mordiendo los míos. Dios esa boca. Esos labios. Nos fundimos en un largo y apasionado beso que duro tanto como ella quiso. Nuestras manos nos desvestían, desesperadas. Solo dejábamos de besarnos para mirarnos. Fue una larga noche. Fue nuestra primera noche.

Al dá siguiente me levanto con dolor de cabeza.

- Algo de resaca es buen castigo - me digo, sonriendo. Pensando en él. Pensando en ella. - Ya lo entenderá.

Salgo al balcón y ahi estan. Juntos. Besándose y abrazados. Quedo desconcertado. Creí que mis puntos de quererla solo para mí habían quedado claros la noche anterior. No esperaba, sin embargo, menos de ella. Era una extraña circunstancia. Lo saludo. La saludo. Evita mi mirada, pero me mira cuando no la miro.

- ¿Como te fue? - le pregunto a él, interesado ahora en rescatar nuestra amistad. Comprendía ahora lo que había sucedido y lo que quizá podría pasar.

- Muy bien - me dijo calmado y sonriente, no estaba perturbado como esperaba - vendí más de lo que esperaba y logré trasladar la oferta de curador para un museo aquí en la Capital. No tendré que mudarme. Así pasaremos más tiempo juntos los tres. ¡Y es hora de que termines intentando una relación con una mujer! - Me dice, casi gracioso - Es raro ya no verte con alguna, ¿no hay alguien por ahí?

Lo siento casi juzgandome. Como si supiera.

- ehhh.. - tartamudeo.

- ¡Lo sabía!

Mi mirada se desvia hacía María. Menos mal que él no lo nota, fue a buscar una botella de vino. María me mira, se sonroja, y va detrás de él. Intento detenerla, pero se voltea al instante y me dice...

- Lo de anoche no debió haber pasado. Lo de anoche no pasó.

Y se fue.

Concentrado en el trabajo y en mi relación con él, María fue quedando un poco desplazada en mi mente. Sin embargo la sentía a veces mirándome. La sentía también confundida. Nuestra relación no cambio mucho, no costaba aparentar estar bien delante de él, fue como si esa noche no pasara. Pero esa noche sucedió. Y tanto ella como yo lo sabíamos. No pasó mucho tiempo más hasta que él dejara de nuevo la ciudad por un tiempo por negocios de arte y María y yo nos quedamos solos, conversando y riendo.

Un día lleva a una amiga a su casa. Él no estaba y yo no quería molestarlas, así que decido irme...

- ¿Saldrás? Por que ella viene por tu selección de películas...

Dedicándome esa sonrisa.

Me presenta a su amiga y de un momento a otro estábamos los tres riendo alrededor de una taza de café. Decidí quedarme y disfrutar de la compañía de ambas. Juntas eran un deleite. Tanto para mis ojos como para mi mente. Salieron a comprar vino mientras yo armaba la sala y un par de porros.

La química entre su amiga y yo fue instantánea. Y María lo noto. No pude saber si le gusto o no, pero sabía que lo había notado. Aunque su amiga me llamaba la atención, mis pensamientos perseguían a María. Y mi mirada se le atravesaba. Solo para que se diera cuenta.

La noche seguía entre humo, alcohol y películas. Risas, miradas, e insinuaciones. Su amiga durmió conmigo esa noche. Y se fue muy temprano a la mañana siguiente.

Notaba a María rara al otro día, como creía que siempre ha de debido comportarse, y lograba ver sus celos debajo de sus holgadas pijamas.

- Estas celosa, no te puedo creer.

- Bueno no es tu problema si lo estoy o no, solo que no pensé que eso sucedería, !pensé en eso toda la noche!

Fue una confesión demasiado grande.

Corría a abrazarla. Le dije que mis pensamientos seguían con ella. Que mi corazón era más de ella que mío. Que anoche fue otra noche como tantas, que no valía ni este abrazo, casi obligado, que le estaba dando. La solté. Se alejo de mí. Y me miró.

Me abalancé sobre ella. No pude evitarlo. Era a ella a quien quería.

- ¡No! - intentaba detenerme, sin poner mucha resistencia - después de anoche como piensas que...

la interrumpí con un beso... con un beso correspondido. Un beso que confirmo lo que ya se sobreentendía. Menos mal que él no llegaba hasta dos días después.

Esa vez fue, quizá, la que definió la condición de amantes de María y yo. Ella no podía dejar de amarlo, y lo entendía. Yo no podía amarla de otra manera. Estuvimos así por un año, hasta que el se enfermó, ella se entregó a sus cuidados, me apartó. Hizo que me mudara y me dijo que no volviera más. Tiempo después él murió. María me evito en el funeral. Luego de su muerte, todo fue peor, simplemente desapareció.

Algunos remordimientos y uno que otro recuerdos de mis viajes eran los que estaban flotando en mi mente.

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Primera Parte cuento corto - Nosotros Y María -

jueves, 1 de julio de 2010

Él y Yo

Nos conocíamos desde niños. Nuestras casas quedaban a dos otras casas de distancia, cruzando la calle. Nuestros padres eran amigos. Eso facilitó la consolidación de la amistad con el paso del tiempo. Íbamos a la misma escuela, compartíamos los mismo amigos en común, no era una ciudad muy grande la que nos rodeaba, pero era la ciudad suficiente para hacernos crecer. ¡Y de que manera! Fueron muchas las experiencias que vivimos y nos fabricamos en esa ciudad. Eramos tan unidos que incluso luego de salir de la escuela nos fuimos juntos a estudiar a la Capital. Yo, siempre inclinado por aprender de leyes y palabras, de cultura y sociedades, él, un poco más creativo y con mas facilidad de demostrarlo, se inclinaba por las artes: la pintura, la música y el teatro eran su pasión. Aunque eramos dos personas totalmente distintas, nos conocíamos muy bien y además no pensábamos tan diferente, a veces complementábamos la idea del otro, eso no era del todo bueno algunas veces, pero todo se superaba.

Cursábamos estudios en la universidad, yo de Derecho y el de Diseño, con algunas clases de música y pintando de vez cuando, conseguimos para vivir un apartamento doble bastante bueno para su precio. Él trabaja en una tienda de ropa, yo de mozo en un restaurante. El sueldo de los dos, más mis propinas y su bono, nos mantenían lo suficiente. Y pudimos alquilar el apartamento. Ya dejábamos de vivir en la residencia estudiantil para empezar a pagar, entre dos, el alquiler de un lugar decente para dos jóvenes inteligentes y vivos del interior en pleno apogeo. Lo bautizamos como La Cueva, y los fines de semana La Cueva era el mejor lugar para pasar el tiempo. Entre mis libros de leyes y los pinceles de él se podían ver vasos de cerveza, algunos porros compartían el cenicero con los cigarrillos, algunos salían del baño con la nariz blanca y otras bailaban de manera insinuante y lasciva recostadas de los muebles y las paredes. No se escuchaba nada por el volumen de la música, así que gritar era lo común. Era un ambiente de fiesta transgresor. El lugar perfecto para expiar toda una semana de leyes, o de matemáticas, o de psicología, o de medicina. Todos, por generalizar, pasaron alguna vez por La Cueva, sea a estudiar, a comer o a enfiestarse.

Entre la universidad, el trabajo y La Cueva, y todo lo positivo que esto generaba, transcurría nuestra vida en la universidad. Era difícil establecer una relación con alguna mujer, pues era muy fácil pasar de una para conocer a otra que quería la anterior. Eramos dos hombres a punto de graduarse, con una vida universitaria vivida en su esplendor. Yo me gradué primero que él, de hecho, dejó el diseño por un tiempo y se enfoco en la música y en la pintura, seguía trabajando en la tienda de ropa y yo ya había conseguido, por suerte y una ayuda extra de una buena amiga, un trabajo en un modesto buffet de abogados. Seguíamos viviendo en el mismo apartamento, pero las comodidades aumentaron. Así como también los intensos fines de semana y las relaciones nómadas. Él usaba su carisma y yo mi elocuencia para conseguirnos lo que propusiéramos. Juntos, éramos imparables.

Un día, luego de luchar por eso y de malabarear mi vida, conseguí una promoción en mi trabajo y además una oportunidad difícil de encontrarle algún reproche: Una pasantia en una oficina del buffet en un país, algo lejos del nuestro, por algún tiempo indefinido. Era la oportunidad que esperaba, pues el derecho internacional era mi área y tenía pensado, en algún momento futuro, considerar la escuela de la cancillería. Le comento la idea a él.

- Me parece genial. - me dice.

- También lo creo, es una buena oportunidad de conocer gente diferente y empaparme de cultura. Además, ya conseguí alguien que alquilé mi cuarto.

- Lo has pensado muy bien, entonces. - me dice, casi sorprendido.

- Sí - le contesto - no es de todos los días una oportunidad así.

- Pues que te vaya muy bien, hermano. Sé que todo saldrá muy bien.

ME da la espalda, y se mete en cuarto. Puedo oler la marihuana desde aquí. No estoy para fumar en estos momentos. Su actitud me deja confundido. Si bien no esperaba un gran festejo, tampoco esperaba tanta indiferencia. Decidí dejar el tema y no mencionarselo hasta días antes de mi partida.

Fueron días de distanciamiento, el estaba absorbido por su pintura y yo bastante ocupado con el buffet. Incluso los fines de semana ya La Cueva no era tan frecuentada. La mayoría de los fines de semana antes de mi partida la pasábamos fuera, separados más q juntos. Hablábamos cuando nos cruzábamos y rara vez nos sentábamos a charlar como antes. Estábamos, quizá, adaptándonos a la vida que pronto íbamos a llevar.

Llegó el día. Le digo que mi vuelo sale esa noche, que me gustaría que me acompañara al aeropuerto pues no sabía cuando lo iba a volver a ver.

- Tu y tu romanticismo. Bueno, yo tengo que salir. ¿Te parece si nos vemos en el aeropuerto?

- Si estas seguro de que llegarás.

- A que hora es tu vuelo.

- A las once de la noche.

- Seguro llego. Y llevaré a alguien que quiero que conozcas.

- Está bien, los espero. Lleguen con tiempo así tomamos un café.

- ¿Café? Yo llevo un buen vino, y me armo par de porros.

- Esta bien - le digo riéndome - me parece genial.

Son las 8 y estamos él y yo en su auto, un coche de segunda mano que se lo arrebató a un viejo cliente de su tienda de ropa que usualmente iba a La Cueva aquellos fines de semana, tomando una botella de vino mientras el olor de la marihuana inundaba todo y contándonos, como en los viejos tiempos, hasta las cosas más estúpidas acontecidas en nuestras vidas.

- Quiero que la conozcas - me dice pasandome el porro.

- Bueno, ¿pero vendrá al aeropuerto? ¿no le parecería extraño?

- ¡No!, no - me dice - sabe lo importante que es para mí que la conozcas.

- Bueno que se apure - mientras le doy el vino y fumo - en un par de horas toy montado en un avión a rumbo desconocido.

Estallamos en carcajadas. El vino, el humo y lo familiar de la escena nos hacía sentir unidos incluso más que en los últimos encuentros.

Se acabaron las botellas y faltaba una hora para irme.

- ¿Llegará? - le pregunto.

- Si está cerca, vamos, la encontramos adentro.

Llegamos justo cuando estaban llamando para abordar mi avión.

- Es mi vuelo.

- Esperemos diez minutos, por favor.

Lo complací. No llego. Viendo el reloj le manifestaba que ya debía irme. Lo abrazo. Le digo que estaré en contacto y que se cuide mucho. En medio de ese abrazo, miro hacia arriba para encontrarme con la mirada de una hermosa mujer morena, de mediana estatura, con unas hermosas piernas largas y un pelo negro que brillaba como sus ojos. Quedó sin aliento al verla. Veo que se aproxima a nosotros. Yo término mi despedida, le doy la mano a él y me doy vuelta para abordar las escaleras mecánicas.

- ¡Hey! - me grita - ¡aquí está!

- No puede ser - pienso, y me volteo.

- ¡Ella es María!

Y saludándome, esa mujer morena de ojos brillantes lo abraza, y me sonríe.

Yo, absorto en lo que esa escena, no hacía más que saludar mecánicamente con mi brazo. Aún no se si pude devolverle la sonrisa a María. Casi no recordaba que lo abrazaba a él, me quede mirándola fijamente a ella. Me fui feliz de que él no se quedara solo, pero pensando en la mujer que lo acompañaba. El recuerdo de su rostro y el olor que transmitía me hizo compañía el resto del viaje.

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Segunda parte del cuento corto - Nosotros y María -